En 1996, ejidatarios y vecinos ya veían el trabajo en la conservación como una potencial fuente de ingresos temporales y complementarios, mientras se recuperaban las pocas actividades productivas locales tras el impacto consecutivo de varios huracanes en la región, entre ellos Gilberto. Debido al interés internacional y de diversas instituciones nacionales en la comunidad, los manglares y la biodiversidad, se creó la iniciativa San Crisanto, un proyecto de desarrollo sustentable con la visión de promover el crecimiento social y económico conservando el ambiente.
Desde entonces, se hablaba del uso racional de los recursos dejando reservas para el futuro. La educación ambiental se convirtió en algo importante para la comunidad y la sustentabilidad era el objetivo de cualquier proyecto. Los ejidatarios entendieron que su trabajo en la restauración de canales y cenotes en el manglar no sólo pagaba jornales, sino que cada planta en desarrollo adquiría valor por su beneficio ecosistémico. La conservación del manglar representaba una inversión sin la necesidad de talar. Las lágrimas de un ejidatario entrevistado luego del golpe directo del huracán Isidoro en 2002 lo ratificaron. Se decía que, en caso de una eventual expropiación, cada hectárea de manglar valdría millones de pesos por su cuidado y recuperación.
Poco a poco, el manglar se integró a la vida de San Crisanto, pasando de ser un espacio de trabajo, aventura escolar y pesca, hacia una actividad económica en forma. El Paseo al Manglar sería el proyecto más importante del ejido. En sólo 0.3 ha de 800 ha de la Unidad de Manejo Ambiental (UMA), el Manglar San Crisanto cada año recibe 24,000 visitas y genera 50% del ingreso anual del ejido. Otro 25% proviene del hospedaje, las estancias en la playa y el consumo de cocos de agua. La ganancia neta es marginal, pero lo más importante es la derrama económica que los paseantes dejan en la comunidad en negocios familiares de ejidatarios y vecinos a cambio de la aventura de navegar dentro del manglar, escuchar y ver el paisaje, aves, reptiles, peces y las historias de los guías. Aún con nortes, marea roja en el mar, lluvias y frío llegan los paseantes e incluso nadan en dos cenotes con protección para ellos y consumen en la comunidad. Ganancia para todos sin cortar una rama
Estas bondades del manglar son parte de los Beneficios Ecosistémicos, y se suman a otras: son refugio de aves, crustáceos, moluscos y peces que luego regresan al mar, además de transformar el bióxido de carbono del aire en oxígeno y liberar vapor de agua para las nubes, reducir la velocidad del viento, la fuerza de las mareas y evitar que lodo y contaminantes lleguen al mar.
A las plantas que forman el manglar se les llama mangles y en México hay cuatro de las más de cincuenta especies conocidas en el mundo. Las plantas tienen carbono en sus raíces, tallos, troncos, ramas, hojas, frutos y semillas, en todo su cuerpo hay carbono. También retienen agua, minerales y otros componentes, este carbono es parte del sustrato del que se alimentan y lo obtienen del aire al producir el oxígeno. Una parte de este carbono es retenido por la planta como azúcar que da la energía necesaria para crecer y una fibra llamada lignina que al endurecer forma la madera. Como estas plantas crecen en zonas costeras, a su carbono se le conoce como Carbono Azul.
En un proyecto de carbono, las plantas se protegen para que no sean cortadas, quemadas, enfermen o sufran ataques de plagas; cuando averiguamos como ejido que había la posibilidad de financiar este trabajo ya no sólo con el subsidio parcial de la CONAFOR, sino a través de los Bonos de Carbono, decidimos entrar a este proyecto, ya habíamos andado buena parte del camino
Una tonelada de carbono de mangle son 3.6 bonos de Carbono Equivalente y tiene un precio mínimo de unos cuatro dólares en el Mercado Voluntario, pero su valor puede crecer mucho con la rentabilidad social, económica y ambiental en la localidad y de manera indirecta al resto del mundo, porque cada tonelada de carbono retirada de la atmósfera contribuye a mitigar el calentamiento global y refuerza los compromisos internacionales en esta materia. Actualmente, es un negocio más del ejido y genera casi tanto ingreso como el paseo al manglar.
Los aprendizajes obtenidos en San Crisanto con los proyectos de carbono han sido muchos. Sin embargo, recordamos las preguntas que preocupaban a la comunidad en 2016 antes de conocer este mercado: “¿Cuándo comenzamos a cortar?”, “¿Cómo se va a quemar la madera en el agua?”, “¿Cómo van a sacar el carbón del manglar?”, “¿Cómo van a sacar los costales de lodo?”, “¿Cómo se lo van a llevar?”.
Ahora, en 2025, seguimos participando en Proyectos de Bonos de Carbono. Fuimos los primeros en certificar Bonos de Carbono Azul de Manglar y venderlos en el Mercado Voluntario en Europa. Además, desarrollamos Proyectos de Carbono con otros ejidos y particulares de México, y damos asesoría internacional a través de la Fundación San Crisanto, A.C. formada por ejidatarios y vecinos de San Crisanto en 2001.
En conclusión, los bonos de carbono pueden ser importantes en la economía de los ejidos que este pequeño pueblo costero ahora tiene, hay mucho interés en ellos por sus resultados económicos, sociales y ambientales. Comparado con bosques y selvas capturan 4 veces más carbono del aire y almacenan hasta 10 veces más en suelo. Sin duda, esta experiencia resulta sumamente atractiva, sin embargo, hacerlo implica tener en cuenta algunas importantes variables. En San Crisanto, comenzamos con la conservación en 1996, ingresamos al mercado de carbono en 2013 por iniciativa propia y asumiendo los costos.
Se requiere mucho trabajo y tiempo, pero, sobre todo, un gran compromiso y activa participación social.