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Construyendo un espacio

Ilustración IMJUS

Todavía hay quienes creen que el cambio climático no existe, así como, durante muchos años, se creyó que la mafia era sólo un invento.

El medio ambiente y la mafia comparten este vicio de pensamiento con consecuencias a menudo perjudiciales. Es una constante, en la opinión común: una actitud mental que a veces adquiere el tono del catastrofismo radical, otras veces el de la negación absoluta del problema, incluso frente a cualquier evidencia científica.

Es una de las estrategias de una sociedad que enfrenta desafíos incómodos: lo sabemos todos, pero no se hace nada para cambiar las cosas.

Llegamos al punto muerto. La inacción se cura con la acción: el individuo que actúa tiene el extraordinario poder de mover el caos, de crear un espacio ideal donde el mínimo cambio puede generar grandes trastornos. Basta recordar la metáfora del batir de alas de una mariposa en Argentina que produce un maremoto en Japón o el caso de pequeñas perturbaciones atmosféricas que pueden crecer a su paso y provocar desastres.

Además de la negación, existe una actitud aún más peligrosa: la que lleva a personas que tienen gran influencia en la sociedad a no negar ciertos hechos dañinos sino a reinterpretarlos minimizando su valor. Es una negación implícita. Minimizar significa predicar la indiferencia, diferir la acción y, en consecuencia, sufrir o infligir un daño difícil de reparar. La negación implícita de la mafia y del desastre medioambiental sigue siendo una triste realidad. Los fenómenos climáticos extremos se atribuyen a ciclos naturales, por lo que los negacionistas creen que sólo hay que ser optimistas y esperar a que la naturaleza se regenere, mientras que los catastrofistas son incapaces de valorar modelos que van en contra de la tendencia.

Detengámonos en algunos datos ciertos: en los últimos cincuenta años, la población humana se ha duplicado, la economía mundial casi se ha multiplicado por cuatro, mientras que el comercio global se ha multiplicado por diez.

La suma de estos factores ha aumentado la demanda de energía y materiales con claras repercusiones en el medio ambiente. La mayoría de los indicadores relacionados con los ecosistemas y la biodiversidad muestran un rápido deterioro del medio ambiente. Hoy más que nunca, un número cada vez mayor de especies están en peligro de extinción en todo el mundo: aproximadamente el 25% de las especies de grupos animales y vegetales. La biodiversidad, es decir, la riqueza que subyace a todos los aspectos de la vida humana, está seriamente en peligro. ¿Qué hacer? ¿Qué hicieron los humanos cuando apareció un horizonte apocalíptico? Parafraseando El hombre de la flor en la boca del escritor italiano Luigi Pirandello, podríamos preguntarnos: “¿qué haríamos si supiéramos que moriremos en poco tiempo a causa de un devastador terremoto o de un cáncer incurable?”.

Por supuesto, podríamos cerrar los ojos, dejar de comer y esperar el final, como hacen los seguidores de algunas sectas religiosas1, o podríamos entregar nuestra vida al valor absoluto de la acción, en el tiempo en que se realiza.

Por eso es importante hablar de los desafíos extremos de los activistas sociales que luchan por el medio ambiente. A través de sus acciones podemos comprender cómo el ser humano es parte integral de la naturaleza.

Nos damos cuenta de esta interdependencia de la naturaleza cuando la sufrimos como veneno, cuando, por ejemplo, respiramos aire contaminado o bebemos agua contaminada por desechos industriales.

La mera visión de la naturaleza violada produce dolor en el cuerpo; la destrucción del espacio físico provoca también la disolución de los espacios interiores del ser humano.

No hay rincón del planeta que no haya sufrido la destrucción del hombre. ¿Qué pensaban tres viejos pescadores de anguilas del delta del Po en la inmediata posguerra? En la película, escrita por Ennio Flaiano, Tonino Guerra y Elio Petri, se dice que les prometieron un futuro diferente que nunca llegó. Allí permanecieron en una tierra fangosa y pobre sin siquiera tener la posibilidad de pescar anguilas para alimentarse. La desesperación los convenció de creer en la propuesta de un vendedor ambulante que ofrecía “pedazos de cielo”, un lugar garantizado para todos ellos, directamente en el Paraíso. Los pescadores pensaron que sería mejor comprar una hectárea de cielo y tener la seguridad de un espacio donde poder acudir de inmediato, sin esperar la muerte2.

Pensaron en adelantarse intentando suicidarse, pero fueron incapaces ni siquiera de esto, y acabaron sumergiéndose en una zona del río, milagrosamente rica en peces. El final feliz, como en una típica comedia italiana, representa a los tres ancianos felices disfrutando de un gran festín de anguilas.

El incurable conflicto de dos mundos diferentes —la naturaleza hostil y salvaje y la modernidad despiadada y engañosa— se resuelve con el cuidado de las relaciones humanas, única panacea contra la violencia y la destrucción. Aquel espacio fangoso del Po se volvió como esa hectárea de cielo soñado. Sin un espacio ideal es imposible afrontar grandes batallas. Se trata de entender cómo construir este espacio ideal, cómo actuar contra la violencia mafiosa y por la defensa de la naturaleza.


Notas:

  1. El año pasado, se encontraron en el bosque de Shakaola, en Kenia, los cuerpos de 83 seguidores de la secta Iglesia Internacional Buenas Nuevas, que predicaba el ayuno para ver a Jesús, induciendo a sus seguidores a morir de hambre.
  2. Per un ettaro di cielo (1958), es una película de Aglauco Casadio con guión de Ennio Flaiano, Tonino Guerra y Elio Petri, protagonizada por Marcello Mastroianni y Rosanna Schiaffino.

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