En el imaginario colectivo de aquellos que vivimos en los valles de México o de Toluca sigue existiendo el fantasma de esas enormes extensiones de humedales y zonas lacustres de los cuales se componía el paisaje. Cuando sobrevolamos Texcoco, o atravesamos Lerma o Xico, recordamos que todavía existe un territorio que se niega a desaparecer, que se formó a lo largo de millones de años, y que con los modernos programas de desecación, iniciamos y aceleramos su extinción, expulsando las aguas pluviales hacia el norte, combinadas con los drenajes que generan nuestras ciudades, prácticamente sin tratamiento.
Y lo que queda de estos antiguos humedales, poco a poco lo estamos perdiendo, con rellenos de cascajo y basura que se deposita todos los días en los parajes de lo que era el Lago de Chalco, en lo que hoy es la zona agrícola y arqueológica de los Tlalteles, perdiendo así la posibilidad de reconocer y reivindicar nuestra historia lacustre prehispánica, y la ecología que depende de estos ecosistemas.
Afortunadamente estamos reconociendo la importancia de estos sitios, y si actuamos en consecuencia, podríamos recuperar una parte importante del funcionamiento ecológico de un cuerpo de agua somero, que si se rehabilita y conforma de manera que nos ayude a generar una retención temporal del agua y de efluentes de tratamiento, podría servir como deben de funcionar: los riñones de la naturaleza.
Desde lo alto del margen oriente de la cuenca de México, en la Sierra Nevada que coronan los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, inician los ríos Amecameca, Tlalmanalco, San Francisco y San Rafael, entre otros, que al acercarse a las zonas urbanas se convierten en canales de drenaje a cielo abierto, y luego dependen peligrosamente de plantas de bombeo para desfogar sus aguas. Pero aún recorren zonas agrícolas inundables que fueron lechos lacustres, como lo son las Lagunas de Xico, el Lago de Chalco, y que si aprovechamos su potencial ecológico e hidrológico, podrían beneficiar a sus comunidades aledañas con espacios de almacenamiento, tratamiento y regulación de agua, parques inundables, acequias y andadores lacustres, para disfrute de la población humana y la vida silvestre.
A partir de 2024 se han designado más de 3,500 hectáreas de protección federal dentro de una nueva Área Natural Protegida, que incluye las ciénegas de Tláhuac, el paraje Tempiluli y la Laguna de los Reyes Aztecas, en el margen poniente de la cabecera de Tláhuac.
La recuperación del potencial hídrico y ecológico de este tipo de sitios se les conoce como Ciudades Esponja, popularizados por el arquitecto de paisaje Kongjian Yu, donde ha elaborado en su natal China más de mil proyectos de esta índole.
Si continuamos con el recorrido de la cuenca aguas abajo, encontramos otro enorme sitio con este potencial: el Lago de Texcoco, con más de 14,000 hectáreas protegidas con una designación de Área Natural Protegida Federal desde 2023, y que guarda el corazón de lo que fue el mayor de los antiguos lagos. Cuenta con el potencial, a través de su restauración y habilitación como infraestructura basada en la naturaleza, de generar hábitat de vida silvestre, pero también una fuente constante de agua limpia para reúso dentro del Valle de México. La clave es el constante movimiento y reposición de agua, para evitar su estancamiento, salinización y concentración de carbonatos, efecto que exacerbó su desecación y falta de ingresos de agua desde hace más de un siglo.
Finalmente, a la salida de la cuenca de México, en el parteaguas entre los drenajes superficiales del oriente y del poniente, con el gran canal del desagüe y el interceptor poniente respectivamente, se encuentra el Vaso de la Laguna de Zumpango, último posible receptor de agua superficial del valle. Si se replantea como un sistema de captación, tratamiento y regeneración de agua, puede abastecer de agua de calidad a la biodiversidad del norte de la cuenca, así como de las comunidades crecientes del nuevo polo económico e industrial de la zona norte de Teoloyucan y del Tecámac.
Del margen poniente de la Sierra de las Cruces, corazón del Bosque de Agua, inicia otra gran cuenca hidrológica que está siendo intervenida: el Alto Lerma.
Rodeadas por 15 municipios mexiquenses directamente, las ciénegas de Lerma contienen todavía un enorme potencial de restauración y regeneración hidro-ecológica con una extensión aún rescatable de más de 14,000 hectáreas, incrementando la designación original de 3,000 hectáreas hoy en día protegidas por la federación, creando un polígono que mantendría sus condiciones agrícolas, culturales, arqueológicas (en los Tlalteles de Santa Cruz Atizapán o San Antonio La Isla) y generando un borde a la expansión urbana hacia el suelo lacustre, para beneficio de múltiples generaciones en el futuro, en contraste con el destino gris y desprovisto de vida silvestre que depararía una urbanización desordenada característica del crecimiento urbano del altiplano.
Esta visión de restauración del funcionamiento ecológico de estos antiguos humedales para servicio comunitario tiene como beneficios la preservación de la calidad de vida de los habitantes, la supervivencia de la vida silvestre terrestre, acuática y migratoria (como son los insectos, murciélagos y las aves continentales que dependen de estos espacios para sobrevivir el invierno o el verano), así como el desarrollo económico, turístico y humano de estos pueblos ribereños.
Todos los habitantes de estas cuencas pueden contribuir desde sus respectivos frentes de acción, desde quienes gobiernan, zonifican, habitan o pretenden habitar estos territorios, buscando alternativas de urbanización o desarrollo sostenible urbano acorde con el funcionamiento ecológico del sitio, hasta quienes trabajan en empresas que generan aguas, deben tratarlas y podrían reusarlas, reduciendo sus emisiones de contaminantes al medio ambiente y reduciendo su dependencia de fuentes convencionales de agua.
Finalmente, entender la ecología de un sitio es una herramienta poderosa, ya que una intervención, aunque parezca insignificante, contribuye a regenerar una red trófica vital para la supervivencia de la vida silvestre, desde los mosquitos y las pulgas de agua, hasta los grandes depredadores como cacomixtles, coyotes y aves rapaces.
El invertir en la recuperación de la biodiversidad a través de proyectos hidroecológicos es una garantía de invertir en la supervivencia de nosotros, los habitantes de estos espacios, ya que mantener el ecosistema de una especie que no puede adaptarse por sí misma al cambio climático automáticamente nos genera agua limpia, aire limpio, temperatura habitable y un futuro certero.